A petición de Manuel, el gallego dormilón, el equipo de redacción de MdL se enfrascó a altas horas de la noche en la engorrosa tarea de contar la cena de inauguración de la temporada. El resultado, afectados todavía, a pesar del tiempo transcurrido, por la sidra y la fabada (especialmente), no se espera muy brillante. En fin, compañeros, lectores, enemigos, esto es, más o menos, lo que dio de sí la velada.
Docenas de sirenas azules al fondo de la calle. Gustavo, que es lo que mi madre llamaba un “meticón”, enseguida quería ir a ver qué pasaba. Quien esto redacta, que se considera más hombre de reflexión que de acción, consiguió arrastrar a Gus a la barra del bar para que empezara a correr cuanto antes el líquido elemento (pero jamás el agua, ojo).
Justo cuando poníamos un pie en la puerta llegaron los informantes: Jorge, hecho un Dandy, el griego loco con su Yeni (Yeni de Boston, no de Vallekas), el presidentecapitanyentrenadorvitalicio y Frankie que venía hecho... pues lo que es, un gaditano. Con las primeras cervezas hicieron su relato y mientras apareció Javi. Pasamos a la mesa, donde la suculenta carta ocupó ya toda la atención al tiempo que llegaban los rezagados, de quienes se espera mucha más puntualidad para el resto de la temporada: Manolinho y Carlos Vecino (el otro Carlos, para entendernos).
La cena, para qué contarla. Echamos mucho de menos a los ausentes. Un poco menos después de las dos primeras botellas de sidra y casi nada cuando nos trajeron la octava. Después de las copas, no te cuento. Apenas sabíamos cómo se llamaba el tío que teníamos al lado.
En esta noche tan bella de confraternización y compañerismo, un turbio incidente estuvo a punto de aguarnos la fiesta. Unos desalmados, desde un coche en marcha, ¡cobardes! , profirieron en insultos contra el nutrido grupo de MdL que deambulaba en busca de un bar de copas que, al menos en los últimos meses, no hubiera aparecido en la sección de sucesos de los periódicos. No es tan fácil. Los insultos se sucedieron, a cual de mayor enjundia y propiedad. La guinda la puso la filosofía gaditana de Frankie, imbuida de la sabiduría popular de siglos de buena vida y poco trabajo: “¡¡¡Perrrraca!!!” , restalló en la noche el grito del gaditano. Lo siguiente que rompió el silencio fue la risa conjuntada y armónica de los macabeos que aguantaban. A los vecinos que durmieran en los primeros pisos de la calle por la que transitaban debió de sentarles a cuerno quemado. Mala suerte.
Llegaron por fin las bebidas nobles. Mientras Gus se machacaba el hígado dándole a la coca cola lait sin descanso, el resto de los supervivientes (Javier, Jorge, elpresidentecapitanyentrenadorvitalicio y el redactor de esta cursilada) se dedicaban a cuidar su organismo de cara al inminente inicio de liga ingiriendo alcoholes finamente destilados de las mejores marcas. Jorge, para acompañar las bebidas con algo de alimento sólido fue capaz de comerse él solito un par de kilos de pipas mientras el resto del quinteto (por cierto, buen quinteto inicial para el primer partido, alguna ventaja tiene que tener aguantar hasta el final) tampoco dejaban de comer, para evitar que le diera un empacho.
Con el romántico paseo de vuelta a los vehículos, todos agarrados de la mano, finalizó una velada que comenzó con las luces de la policía y terminó con los ojos de los macabeos brillando de amor y unidad. Nada mejor para iniciar esta nueva campaña. Si no metemos puntos, al menos meteremos... ¡ojito con el jabón!
Anécdotas y renuncias
Que el griego venga a cenar es una noticia. Pero que venga a cenar ¡ya cenado!, eso es inclasificable. Él y su Jenni mantuvieron el tipo con la sidra hasta los postres. Ahí se rompieron definitivamente y no dejaron bola de helado o tarta en el plato. Este tío es muy raro.
Juan Carlos, sin embargo, excusó su ausencia al estilo del griego: por SMS un cuarto de hora antes de la cita. La excusa oficial es que sus suegros se presentaron de improviso (¿desde Santander?) y , claro, no iba a dejar a su esposa sola. Curiosamente, su esposa al día siguiente tenía una despedida de soltera a la que sí acudió. ¿Estuvieron alguna vez los suegros de Juan Carlos en su casa? Ni de coña. La realidad es que Juan Carlos, en pijama y zapatillas desde horas antes, atrapado con violencia por el sofá, no fue capaz de vencer la pereza y prefirió quedarse viendo “Mira quien cojones baila”. Penitencia: defender en el próximo entrenamiento al tío que más corre del mundo, Fran Expósito (quien, por cierto, se debe unas cañas por su ausencia a la primera cena del equipo que, además, se había montado en su honor). Sonido de fondo: “Juajuajuajua ¿En su honor? ¡Venga ya! Si no sabéis qué hacer para poneros ciegos cada dos por tres”. Pues vale.
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