Oficio. Eso es lo que diferencia a los buenos equipos de los
grandes. Saber competir en las circunstancias más adversas, cuando tu pólvora
está mojada y el entrenador, erre que erre, sigue en chándal.
El partido empezó con un ritmo trepidante que se mantuvo durante
toda la primera mitad. Los ataques de dos equipos desatados se sucedían a
enorme velocidad. Otra cosa era el ritmo de anotación, que era bastante más
lento. Diez puntazos figuraban en el marcador de MdL al descanso. Sin duda, a
pesar de ese endiablado ir y venir, en el partido dominaban las defensas: los
rivales se quedaron en unos aún más tristes ocho
tantos.
Ni por lo civil ni por lo criminal había manera de pasar la
pelotita por el aro. Los macabeos lo intentaron desde lejos (desde muy lejos
según el entrenador), desde cerca y en la media distancia; entrando por derecho
o con atléticos “feidogüéis”. Imposible. El aro, un estrecho, oiga, se empeñaba
en no trasladar al acta la enorme superioridad táctica de MdL.
Así, el partido en la segunda parte se convirtió en una lotería.
Un juego de nervios en el que dos puntos de ventaja parecían un abismo
imposible de salvar. Fue en ese momento cuando salió lo mejor de cada jugador
naranja para darle la vuelta al partido. Demostración de carácter, de fuerza mental
y de que por más veces que nos piten pasos nadie nos va a parar. Porque, sí,
otra vez cometimos algunos pasos.
Abrió la lata del triple, la que se nos resistía, Ángel. A partir
de ahí el partido fue un festival de luz y color. De anotación, decimos. Cómo
sería la orgía que el equipo vencedor llegó a la enorme suma de 33 puntos al
final del partido. Menos que un partido de balonmano un poco movido y un número
de enorme contenido simbólico para nuestra civilización. Perfecto, ¿para qué más?
MdL ahora mira a Europa. O a la Copa. O a lo que sea que se juegue
después si quedas en un buen puesto. La numerosa afición presente despidió a
los jugadores con una cerrada ovación, conscientes de que el club está viviendo
un momento histórico. En el fondo, sólo nos falta un Mourinho para empezar a
acaparar las portadas. Todo se andará; Carlos tiene potencial.
Postpartido
Definitivamente, se nos ha ido la olla. Eso piensan algunos de los
macabeos cando oyen hablar de ligas ganadas, estrellitas en la camiseta y
trajes para el entrenador. La
euforia no es que esté desbordada, es que riada a estas horas debe de estar
llegando ya al Pacífico. Al metro de Pacífico, se entiende, no al océano. ¿Una
estrellita en la camiseta si ganamos la liga? Jijijiji. Jajajajajaja.
Jojojojojo.
El concepto de “Rookie wall” alude al momento de la temporada en
el que el jugador novato pone los pies en el suelo y deja de flipar con la
nueva liga. Suele ir acompañado de un descenso en el rendimiento. Carlos III se
ha encontrado hoy con su particular “Rookie wall”. Medía como 1’85 y le sacaba
unos pocos kilos de peso. La embestida del nuestro rookie, llena de furia y
bravura, se topó con el muro y dio con sus huesos en el parquet. Silbando una
alegre tonadilla y mirando para otro lado Carlos se puso en pie como pudo, recompuso
su esqueleto y bajó, con disimulo, a defender.
La implicación de la plantilla es enorme esta temporada. Como
muestra, hay que destacar que Javi llegó directamente del pueblo para pisar el
parqué del Daoiz y Velarde. Con las típicas pajitas del campo y una buena
cagada de vaca en las zapatillas jugó un partido extraordinario. Se le echó en
cara, no obstante, que no hubiera traído del pueblo, al estilo del gran Paco
Martínez Soria (qué Oscar te perdiste, Hollywood), unas sabrosas viandas de su
tierra. El fin de fiesta habría sido apoteósico con unos buenos chorizos de
pueblo. Anotada queda en el debe de Javi esta racanería.
José, ese monolito inamovible que tenemos en la zona, sigue
celebrando las victorias (y también las ya lejanas derrotas) con las mejores
cervezas de su vida. Ese es el espíritu.
Hablando de espíritu, se insinúa que el sector demente del equipo
va a ser severamente sancionado. Esta feo terminar el partido y salir corriendo
para irse a ver al Estudiantes. Sobre todo porque alguno esprinta mucho más
camino del Palacio que de la zona propia cuando toca bajar a defender. Avisados
quedáis, dementes.
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