Pues sí, a eso de las siete y media, nos reunimos en una cancha callejera que más parecía un cuarto oscuro, por eso de no verse ni a jugar a las cartas. Un foco, de los cuatro que tiene la pista, estaba encendido, con la mala suerte que es el único tapado por un árbol, estratégicamente mal podado para que no se pueda dar uso a partir de las seis y media de la tarde en invierno de una desangelada cancha de baloncesto, la única en muchos kilómetros a la redonda que es gratuita. Serán cosas de ahorrar, que Gallardón y Esperanza tienen que pagar sus M-30 y Metro.
Personalmente, sé que entrenamos porque veía a mis compañeros moverse, o más bien, los intuía, pero es muy difícil jugar cuando lo máximo que puedes hacer es intentar no romperte un dedo en un pase a ciegas, o que no te rompa la crisma un rebote perdido que cae de la más absoluta tiniebla.
Y no hay excusas, que parece que estoy oyendo a Juan Pelegrín diciendo eso tan manido de que “la falta de luz era para todos”. Sí, Pelegrín entrenó muy bien, o al menos, eso me dijeron, porque yo no lo vi mucho. Pero a mi se me quedó mal cuerpo, porque a todo ello hay que añadir que el aro de esa cancha está a tres metros y medio mínimo, y se nota que hay que darle más fuerza al brazo para siquiera poder rozar la canasta.
En definitiva, que acudimos a la cita el coach Carlos, que pudo jugar un buen rato por primera vez desde su operación de menisco, el ya mencionado Juan Pelegrín, Manuel, Roger, Frankie, y un servidor de ustedes. A última hora, llegó Juan Vivar para animar algo el cotarro.
El próximo entrenamiento será en el Pabellón de Arganzuela, donde jugamos en liga, el miércoles 10, de 20:30 a 21:30. Bueno, y lo mismo en los dos próximos miércoles. Y jugamos el próximo sábado, que nadie se olvide, el último partido de la gloriosa primera vuelta. Espero que no falte nadie, incluido un ocioso griego que yo me sé, que anda perdido por los USA tan contento, viendo partidos de la NBA y disfrutando de Boston y Nueva York.
Saludos cordiales. Nos vemos el miércoles.
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